"El Imperio: Catedral", de Bia Namaran

Lectura HispanaLas catedrales góticas han sido -y en cierta forma siguen siendo- una de las máximas expresiones del ingenio humano, y de su ímpetu por lograr, en esta vida, estar lo más unido a Dios, o al menos intentar ofrecer un lugar en donde tanto el creyente, pero también el incrédulo o escéptico, pueda sentir elevarse su alma y acceder a un encuentro de profundo recogimiento, entre unos muros y unas paredes que evocan algo más que asombro. No es presunción: los impulsores de estas magnas obras vivían en un clima de constante supervivencia y de constante combate espiritual, pero también material, tanto con enemigos de armas, como "invisibles", en forma de enfermedades. Una época, la de la Edad Media, que diezmó la población europea y de la cual, como un refulgir en medio de la oscuridad más tenebrosa y angustiosa, emergió la arquitectura gótica, y su máximo exponente en las catedrales. Jamás se repetiría en la historia humana algo así.

Los vestigios que hoy nos quedan de aquellas construcciones, en su gran mayoría restauradas y/o gravemente dañadas por el paso del tiempo (las piedras oscurecidas, las policromías desaparecidas, las tallas y decoraciones exteriores resquebrajadas o rotas, cuando no han desaparecido fruto de los más diversos accidentes), solo nos hacen imaginar en parte lo que fueron en su día, y si hoy, aún muchas de ellas en ruinas, nos impresionan, más aún en unos tiempos en los cuales, con solo el esfuerzo humano y muy pocas máquinas, unos expertos maestros canteros y mucha mano de obra lograron levantarlas. Lo que la técnica no podía alcanzar lo suplieron los años, y para ello se invertían a veces varias generaciones: el cantero que hoy tallaba piedras o realizaba sus esculturas para la catedral, puede que no llegase a verla acabada en su vida. Pero aún así lo hacían porque todos ellos tenían puesta su mirada, y su intención, en que construían un templo para algo más importante: para elevar el alma al Señor. En cierta forma, su trabajo era una forma de ofrenda y sacrificio.

La enorme inversión monetaria necesaria, además de problemática de todo género, que supondría levantar una catedral hoy nos enfrentaría a problemas de casi toda índole; si en sus tiempos algunas apenas pudieron completarse, en los nuestros los retos no serían tampoco despreciables. Sólo alguien con el suficiente coraje, poderío financiero y, sobre todo, animosidad y fortaleza de miras, podría llevar a cabo semejante obra. En la práctica, como digo, es una empresa casi imposible. En la ficción es algo que se encuentra algo más cerca de nuestra mano, y así, letra a letra, párrafo a párrafo, permíteme adentrarte en algo magnífico e inspirador, algo que está llamado a superar el tiempo y nuestros años humanos, para adentrarse en los siglos y en la historia: la construcción de una catedral. La construcción, en nuestros días, de una de las más grandes bellezas que ha dado a luz la mente humana hacia su Creador. Es, por tanto, algo tan emocionante que se escapa de nuestra capacidad humana de comprensión. Tan solo podemos, por tanto, mirar a lo alto y soñar. Soñar entre altas columnas que tocan las nubes, y entre arbotantes y vidrieras que nos rodean con sus brazos y nos bañan de luz, todo ello en un cántico que inspire en nuestros labios el susurro de una oración.[ME INTERESA]




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